La muerte se desliza en mi cabeza
como la caída de un planeta,
y el dolor insistente se interroga
por los límites de mi cuerpo.
El sexo traza mi memoria
como un anhelo forzado,
y el amor se arrastra descosido
por las estrías que abre la nostalgia.
La ira pretende esconder al llanto,
se apropia de los pájaros,
los contractualiza,
y la soledad acoge un trauma como abono
por cada río extinto
que a ese mundo agrietaba.
El hilo con el que cosemos
las fisuras por las que rebosamos
es el mismo con el que atamos
a los fantasmas de lo prohibido.